Países como diosas

Si los países tuviesen una diosa embajadora.

Inspirado en los vídeos How would countries look as goddesses. Las imágenes han sido generadas por IA, por lo que es posible considerar la falta de precisión y arbitrariedad de algunos conceptos. No obstante, las tomaré de referencia.

Era un precioso día en Buenos Aires.

El ambiente del restaurante estaba impregnado por el calor del sol, pero el humor que se respiraba dentro parecía digno de la edad de hielo.

Ayelén, la diosa de Argentina, frunció recelosa las cejas en un arranque de rabia contenida cuando el mozo le trajo la cuenta.

—¿Desde cuándo la diosa de un país debe pagar sus propios gastos? ¿No es suficiente con representar los intereses nacionales alrededor del mundo? —cuestionó con altanería.

—Mi señora, usted sabe bien que es difícil mantener un restaurante por la crisis, y no nos podemos permitir ignorar el dinero, sea de donde venga.

—¿Y culpas a mi trabajo por tus desdichas? ¿Te parece poco lo que hago?

—Mi señora, no dije eso, su trabajo es valioso, pero entienda que el país no pasa por el mejor momento.

—No me digas… ¿Y qué tengo que hacer para devolverlo a sus mejores años? Ilumíname.

—Yo no sé de economía, pero podría comenzar cambiando a los políticos.

—Mirá, pibe, a los políticos los eligen ustedes, simples humanos, no yo. Así que, si querés tu puto dinero al menos reconoce que no te esforzás en lo más mínimo por merecerlo.

—No seas tan intensa, boluda —se escuchó una voz lejana.

Ayelén se levantó bruscamente de la silla echa una fiera.

—¡Quién ha sido! —bufó.

Por el recinto caminaban directamente hacia ella dos chicas con el mismo aire de divinidad, vestían sofisticados y finos vestidos, bisutería lujosa y tocados ornamentados que evidenciaban su elevada posición en sus países de procedencia.

La diosa de Ecuador, Gabriela, y la diosa de Colombia, Zaira, se presentaron a la mesa como un balde de agua fría que alivió la acalorada discusión con el mozo, este terminó cediendo sorprendido al abrazo de una de ellas.


—Creo que le debes una disculpa —dijo Zaira, disipando totalmente la tensión.

Ayelén gruñó interiormente apartando la vista a un lado, sin embargo, no pudo soportar el silencio y la mirada acusadora de sus hermanas, y susurró algo incomprensible.

—Ya puedes irte, guapo —dijo Gabriela, soltando al chico. A continuación, le entregó un fajo de billetes— quédate con el vuelto.

Ambas diosas se sentaron con Ayelén, su humor no había cambiado, pero la arrogancia inicial se vio repentinamente repelida.

—No deberías tratar así a tus ciudadanos, solita te ganas mala reputación —le espetó Zaira con su habitual sensatez.

—Las habladurías no me preocupan, pero esta situación me toca donde no quieres saber.

—Así que la inflación cada día está peor, ¿eh? —dijo Gabriela— yo tengo una palabra para ti.

—¿Cuál?

La diosa de Ecuador reveló otro puñado de billetes, manipulándolos como si fuesen naipes.

—Dolarización.

—Podría funcionar —reflexionó Zaira— pero sería el primer paso para que termines convirtiendo a tu país en una colonia de otro que defina tu política monetaria.

—¿Saben qué?, no quiero entrar en debates de humanos —subrayó Ayelén— estoy harta de pretender que debo encargarme de asuntos tan banales como esos. Soy una diosa, nosotras lo somos, y nuestro lugar está allá afuera, en la vanguardia, defendiendo con uñas y dientes nuestra soberanía. ¿Me bancan o no?

De pronto se teletransportó, habilidad que compartía de común con las demás diosas, por eso estas la siguieron. Y la mesa quedó vacía.

El paisaje que se impuso ante ellas era el océano infinito, y en el preciso horizonte, dibujado de forma irregular, las costas de unas islas.

—Son las Malvinas, ¿no? —dijo Zaira—. ¿Todavía duele?

Tras un largo silencio, durante el cual Ayelén pasó de la nostalgia y la amargura, a la determinación, volteó a verlas.

—Reúne a las diosas… Iremos a aterrorizar.

—Espero que sepas lo que haces.

—Lo sé. Por eso quiero enturbiar estas aguas, sacudirlas, que sepan que alguien los acecha diabólicamente a cada instante. Porque mientras todo siga en calma a nadie le importará. Ahora, ¿vos estás conmigo o no?

—Siempre —respondieron al unísono.

—Entonces, rápido, mové esas caderas, Shakira… Y vos, minita de los dólares, ayúdame con los soldados.

—Oki doki.

Así, en pocas horas, Ayelén organizó una brigada de infantería del ejército argentino, arengándolos con el pretexto de militarizar la frontera. Ocuparon la zona costera de una ciudad austral desde donde redujese la energía necesaria para abrir y sostener un portal mágico hacia las islas, pues no podía permitirse terminar gravemente debilitada.

Aunque no escapaba del radar territorial impuesto por la diosa inglesa, ni de su aliada espía, que tenía como medida defensiva para legitimar su propia soberanía sobre las Malvinas.

—Scarlett, nos observa —dijo Gabriela, refiriéndose a dicha diosa europea.

—Pues espero que disfrute el show —respondió Ayelén.

De súbito, un portal se rasgó en el aire, y de él ingresó una tropa de soldados cuyas insignias presumían el escudo nacional peruano.

—Flaca, ¿a dónde crees que vas sin mí?

Sumaq, la diosa de Perú, se materializó delante de ella arrebatándole una sonrisa cómplice.

—Como en los viejos tiempos… —dijo Ayelén.

—No te pongas sentimental ahora, che. Más bien, a chambear que va a caer la noche, no quiero a mis hombres perdiéndose antes de la acción.

A medida que la tarde avanzaba, el grueso del ejército se iba diversificando, con reclutas traídos de otros países latinoamericanos, junto a sus diosas que se sumaron a la peligrosa iniciativa de Ayelén.


Entre ellas destacaban Emilia, la diosa de Uruguay y Chambei, la diosa paraguaya. Cada una revistaba las filas insuflando ánimos y entusiasmo sobre las cabezas y pechos, que solo como musas podían hacer.

Ayelén se puso al frente de la muchedumbre armada, como generalísimo, y no pudo más que esbozar una mueca satisfecha de las expectativas que tenía. Su deseo era superior a las bajas aspiraciones de una víctima resentida. Anhelaba posar sus pies en el suelo ultrajado ejerciendo su pleno derecho sobre él, y con esto, enviar un mensaje al mundo.

Las diosas se dispusieron a abrir un portal espacial hasta Stanley o Puerto argentino, por el que atravesaron los militares adentrándose directamente en las calles de la capital del archipiélago. Una sola no habría sido capaz de semejante gasto de energía, sin embargo, la proeza era aún mayor tratándose de un territorio reclamado por otra diosa.

La operación duró toda la noche, y para el amanecer, tras la coacción numérica de las fuerzas del orden que se rindieron para evitar una masacre unilateral, los soldados latinoamericanos desalojaron a las autoridades británicas, incluyendo a la gobernadora en funciones y establecieron un campamento provisional con los recursos que encontraron.

Las diosas se instalaron en la residencia gubernamental, una casa de estilo victoriano que a pesar de las comodidades y del espacio, les pareció un hotel de 3 estrellas donde la comida apenas logró impresionarlas. Pero tuvieron que soportar la estadía que, supusieron, no se prolongaría demasiado.

—Bo, percibo el ruido de motores a la distancia. No son los nuestros —dijo Emilia.

A esa temprana hora de la mañana, el complejo militar Mount Pleasant había tomado cartas en el asunto, y desplegado una patrulla de tres aviones de combate que sobrevolaron el puerto para evaluar la situación.

Las maniobras pasaron a un siguiente nivel cuando uno de los cazas abrió fuego hacia el aire. Los proyectiles tronaron como si hubiesen arrasado un blanco sólido, y eso puso en alerta a todas.

—Supongo que son sus ejercicios disuasorios —dijo Zaira— ¿y ahora qué hacemos?

—Ustedes aguarden aquí —respondió Ayelén, y desapareció.

La diosa de Argentina se había teletransportado a la base aérea, sorprendiendo a los soldados británicos quienes la rodearon para que no se moviese. No obstante, ninguno apuntó el fusil en su dirección pues sabían lo que eso implicaba.

El jefe militar al mando salió a entrevistarla.

—Mi señora, la esperan en el puerto —fue lo único que dijo.

Ayelén volvió a cambiar de ubicación dirigiéndose al lugar citado.

La rada del puerto argentino servía a la ciudad para ofrecer abrigo a los buques que esperaban entrar al puerto. Ayelén se situó en una peña elevada contemplando el atlántico sur en todo su esplendor.

De pronto un crucero de nombre inglés viró hacia el circuito, pero sin adentrarse demasiado en la playa. Era uno de esos barcos de pasajeros que se aventuraron a un viaje de placer por el archipiélago, y venían seguramente de Europa o de América del Norte.

En la terraza, una silueta apenas visible se había percatado de ella, y mientras se colocaba en la barandilla la invitaba con una señal de indiscutible vanidad.

Ayelén se teletransportó en la borda del crucero, su poder se vio drásticamente rebajado ante la presencia abrumadora de Scarlett, la diosa de Reino unido.

—Sabes que estás pisando territorio británico de ultramar, ¿no es así? —dijo.

Scarlett confrontó sus ojos inquisidores con los de ella, poseía una corona de cornamenta que la hacía ver más alta de lo que ya era.

—No lo será por mucho tiempo, créeme —respondió Ayelén.

Scarlett soltó una carcajada.

—Quién crees que eres tú para amenazarme. ¿Acaso piensas que saldrás airosa en una futura guerra? Agradece que no me han reportado muertos durante tu arrebato terrorista. Pero la próxima vez no terminará bien para nadie, eso te lo aseguro. Correrá la sangre.

Scarlett no había perdido la calma, aunque se notaba su agresiva contrariedad.

—Ahora, retira tu ejército de mis tierras y fuera de mi vista —añadió volteándose.

Ayelén tuvo el impulso de golpearla, pero antes, una mano la sostuvo por el hombro deshaciendo toda iniciativa. Las diosas se manifestaron en el crucero, la tensión se enfrió instantáneamente y visto de forma panorámica, a los pasajeros les pareció el encuentro más o menos agradable de viejas amigas.

—Me temo que nadie se irá de aquí todavía —declaró Sumaq, llamando la atención de Scarlett.

—Argh, ya van a empezar ustedes, powerpuff girls de medio pelo—se quejó resignadamente la diosa inglesa.

—Sabía que este problema saldría a flote en algún momento, así que vine preparada.

La diosa peruana reveló un rollo de papel muy gastado y lo abrió con cuidado.

—¿Así que ahora quieren negociar diplomáticamente? ¡Ja! No escucharé ningún descargo hasta que retiren a sus soldados. Se acabó.

—No es una negociación, es la verdad, y me imagino que quieres oírla… Por tu bien.

Sumac interpretó su indiferencia como un consentimiento, así que prosiguió.

—Antes de venir, me di la tarea de explorar en el archivo histórico de mi país, por si pasamos algo por alto. Y ¿qué creen? Resulta que existen motivos de peso para quedarnos —respiró hondo añadiendo un poco de suspenso—. Señora, señoritas, tengo en mi poder un documento de la época del virreinato que otorga a las Provincias unidas del Río de la Plata, hoy Argentina, jurisdicción automática sobre las islas y sus inmediaciones.

—Tonterías de adolescentes, no existen derechos de propiedad sobre estas islas. Mi gobierno lo ha ratificado innumerables veces.

—Oww, pobre cosita, pues has vivido engañada. Este lugar nunca ha sido tuyo. ¿Por qué crees que no puedes teletransportate aquí como a cualquier otro sector de tu territorio?

—Po-por que está muy lejos… —dudó.

—Si te hace sentir mejor, así es. Pero… —Sumac ondeó el documento provocativamente en toda la cara de Scarlett— si quieres ser sincera contigo misma…

La diosa de Reino Unido se lo arrebató, aunque después aplicó cuidadosa fuerza para poder leerlo. Luego de una breve deliberación interna (y de recordar que no sabía leer español) levantó la cabeza.

—Lo consultaré con las autoridades británicas. Este no es el fin. Lo saben. Nos veremos en las Naciones Unidas.

—Buen viaje hacia Londres —Ayelén la despidió socarronamente—mandanos una postal, che, sería copado.

Luego de ser echadas fríamente por la tripulación las diosas se teletransportaron a la playa.

Todas contemplaban el crucero surcando altamar, dirigiéndose al borde rosáceo que era el horizonte del atlántico hasta perderse definitivamente en la curvatura terrestre.

—¡Bien hecho! —le dijo Zaira a su par peruana.

—Gracias, paisa.

—¿Algo de lo que le dijiste era cierto? —preguntó Gabi.

—Ni una sola palabra, solo jugué con sus inseguridades.

—Al menos nos dará tiempo para consolidar una ocupación pacífica —declaró Ayelén.

Había empezado su propia campaña con cero confianza sobre sus hombros, y en la medida en que se tomó seriamente aquella osadía, y las otras diosas compartieron esfuerzos, las expectativas tornaron a su favor. Aunque había un gran camino por recorrer, y las presiones rivales que seguramente caerán sobre ella tratarían de destruirla, pese a todo, sea cual fuese el resultado final, estaba tranquila de haber enviado el mensaje.

Que el Sur global también movía los engranajes del mundo.

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