Arcángel de la Guerra: Creaciones
Historia alternativa de Arcángel de la Guerra. Qué pasaría si Nayarit viajase a una Tierra aparentemente normal.
En uno de los balcones del palacio blanco, Nayarit prestaba toda su ociosa atención al paisaje relajado de la ciudadela.
Habían pasado largas y aburridas
semanas desde los trabajos, y ya se hallaba sumamente ansiosa por entregarse a
una nueva aventura. Pero sus ímpetus tuvieron que apaciguarse tras ser obligada
a entrar en razón. El ángel supremo solo podía prestar sus fuerzas en
circunstancias de máxima dificultad.
Es por eso que la mayor parte del
tiempo lo ocupaba en tareas administrativas o estratégicas, de la mano de las
órdenes celestiales, mientras que ellos arriesgaban la vida viajando a la
superficie, llevándose el crédito de las batallas y difundiendo por todo lo
ancho del orbe su precioso nombre.
Un suspiro de resignación escapó
de su boca.
—No puedo creer que me convencieran de quedarme
aquí. ¿No se supone que deben obedecerme?
—Quizá no insistió lo suficiente, mi princesa
—dijo Nixie, surgiendo a su lado como una manifestación del éter.
—¿Pero acaso no basta una sola palabra mía para gobernarlos
a todos? He logrado proezas que ni siquiera supe que estuviesen a mi alcance.
Trataron incansablemente de aniquilarme, una y otra vez, y sin embargo
sobreviví triunfante, alcancé mi consagración. ¿Eso no significa nada para
ellos?
Nixie se llevó un dedo al mentón, pensativa.
—Sus ángeles sabemos de lo que usted es capaz. No
necesita demostrarnos su poder, pero lo recibimos y disfrutamos cuando hace
gala de él, y eso es una bendición. Queremos cuidar de usted, mientras sea
posible, y evitarle los esfuerzos menores que no deparen grandes recompensas.
Lo único que le demandamos es…
—Que exista… Lo sé. Me lo dijo Morfradite, pero
sigo sin creérmelo.
—Se acostumbrará. Mientras lady Morfradite no pertenezca
a este plano, usted será el lucero más brillante de toda la bóveda celeste, y
merece una infinita y apasionada adoración por parte de cuantas criaturas
mortales e inmortales pisen la tierra.
—Lo intentaré, aunque me cueste.
Tras un breve silencio ambas miraron con
curiosidad un punto luminoso en movimiento: algo caía desde muy alto. A medida
que se acercaba, inclinaba su trayectoria hacia la alta torre en donde se
encontraba el par de seres alados. Mientras Nayarit lo veía con extrañeza, a
Nixie se le empezó a delinear el pánico en todo el rostro.
—Yo me encargo, no te preocupes —declaró la
princesa, y aquellas fueron sus últimas palabras proferidas en esa realidad.
De pronto, levantó el vuelo de una fuerte agitación
de sus alas, desplazándose vertiginosamente para alcanzar aquel objeto similar
a una estrella fugaz. No previó que ella misma sería el objetivo y cuando
apenas pudo reaccionar para evadirlo, ambos chocaron.
La luz la envolvió cálidamente, y su cuerpo
vigoroso se desmaterializó en el acto, llevándose consigo su brillo, hasta
devolverle al velo azulino su característica quietud y silencio de aquella
mañana. El día en que la princesa desapareció.
*****
Un parpadeo súbito la despertó.
El golpe de consciencia llegó en el momento más
crítico pues, lo primero que divisó, cuando las tinieblas del sueño se
disiparon, fue una gran caída de miles de metros hacia lo que parecía ser un océano
infinito.
Nayarit desplegó instintivamente las alas y maniobró
con presteza sobre aquella superficie, buscando en el horizonte algún indicio
de tierra firme. El susto inicial fue convirtiéndose poco a poco en impaciencia.
No sabía por qué de repente había aparecido flotando
a esa altura inalcanzable, casi adentrándose en la oscuridad del límite
espacial. Afortunadamente, ningún entorno por exótico que fuese parecía atenuar
su resistencia de criatura sobrenatural.
Siguió volando muy rápido, para los estándares
del mundo que habitaba, y la prisa de sus miembros se vio recompensada con un
trozo de civilización. Había alcanzado la costa de lo que supuso, era una
ciudad humana.
Pero esta sospecha, no solo fue confirmada, sino que
descubrió algo que nunca hubiese pensado que volvería a ver.
—Es una ciudad del siglo XXI —susurró, creyendo
haberlo olvidado.
En efecto, se trataba de una de esas metrópolis
costeras con casas y edificios muy actuales formando aquellas disposiciones caóticas,
pistas y veredas en las que circulaban incansablemente vehículos y gente. No
podría ser otra cosa que una exacta fotografía de su hogar: de la Tierra.
Un golpeteo terrible hostigaba su corazón.
Todavía no podía creer que hubiese sido
transportada al mundo en el que vivió antes de reclamar el trono de princesa de
los ángeles. Así que se dedicó a explorar, desde una prudente altura, el
movimiento y los entresijos del lugar, imprimiendo en su cabeza la memoria de
una imagen que casi había olvidado.
Al atardecer, cuando la luz del sol declinaba a
su favor, descendió suavemente y aterrizó en un aeropuerto, aprovechando la pista
deshabitada en la que no la sorprendería ningún testigo.
El anillo dimensional aún funcionaba, así que
pudo quitarse la armadura plateada y cubrirse con la capa que anulaba sus
encantos. Así, con un disfraz poco atractivo y las alas empequeñecidas podía
pasar desapercibida, aunque ahora sería tratada como un mendigo.
Nayarit recorrió las calles como una transeúnte
más, estudiando los gestos y los comportamientos de aquellos individuos. Un
torrente de emociones tensionó todo su cuerpo, con pasos temblorosos deambulaba
a través de escaparates y jardines, aspirando el olor a vida familiar y
nocturna.
No se decidía interactuar con nadie, ni visitar
algún lugar donde poder intercambiar accidental diálogo con alguna persona.
Desconfiaba que pudiese averiguar algo de valor, pues solo le bastó atender
algunos carteles y avisos para darse cuenta en que rincón del globo se hallaba
perdida.
Lo importante era no demorar su presencia en
aquel país donde comenzó todo.
¿Cuántos días podría tardar en ir de Europa a
Sudamérica?, se preguntaba.
En virtud de terminar aquel obligado deber, esperó
en un callejón solitario a que cayera la noche cerrada. Luego, cuando apenas se
oía un débil rumor de gente y solo los perros ladraban, emprendió la travesía
del atlántico, explotando la inacabable energía con la que la naturaleza bendijo
a su raza.
Nayarit recorrió el océano en pocas horas, el
amanecer rosáceo se impuso en el este.
Ni una señal de cansancio la atajaba, pero a
pesar de eso, frenó su impulso tratando de acostumbrarse lentamente al hecho de
que quizá ya no vería a sus ángeles, ni gozaría de los apabullantes placeres de
su elevada posición en la ciudadela.
A cambio tenía la valiosa posibilidad de volver a
llevar una vida de humano, aunque en el cuerpo de un ser poderoso, lo cual
podría ser un problema.
Tierra a la vista.
Su brújula biológica apuntaba que se hallaba lo
suficientemente al sur como para tropezar con el país que buscaba. Sin duda
representaría un desafío localizar una ciudad entre cientos, y una casa entre
miles, casi como la aguja en el pajar.
Pero no se dio por vencida, y ocupó gran parte de
aquel día y el siguiente, en dar con el paradero de su familia. A plena luz del
sol recorría las calles agrestes, paseando de incógnito entre barrios quizá
peligrosos y campiñas solitarias, el paisaje rural no le era ajeno, tratándose
de un ciudadano de clase media.
Su búsqueda la llevó al Pacífico, creyó que no
podía estar mejor ubicada, así que sobrevoló ampliamente las costas y el
litoral guiándose por el magnetismo, como si se tratara de un pájaro en migración.
Una tarde, cuando el sol rozaba el horizonte como
una bola de fuego, tuvo la impresión de estar cerca.
¿En verdad su enorme esfuerzo había rendido
frutos?
Le sonaba imposible, por eso bajó sospechosamente
a echar un vistazo. La ciudad no era diferente a cuantas había visitado a lo
largo del pacífico. Desde el cielo incluso no pudo encontrar algo novedoso de
la ciudad de sus recuerdos. Quizá no la conoció lo suficiente como para llegar
a una conclusión.
Ya en el suelo y bajo la protección de la capa, puso
en marcha su papel de pordiosero con el que a tantos había engañado y evitado
toda clase de problemas y malentendidos. Nadie tenía el menor interés en ver su
rostro, ni trataban de compadecerse por su supuesta miseria. En aquel aspecto,
su idea resultó exitosa.
Nayarit recorrió las calles llenas de gente, los
recuerdos reventaban en su cabeza como olas en un peñasco. Estuvo a punto de llorar,
pero se contuvo. Anduvo a través de plazas y parques, algunos mejor cuidados
que otros, hasta que, al despuntar la mañana, dio con una zona residencial de
sobria fachada.
Sus pasos, en este punto, ya se habían desbocado,
y caminaba intranquilo escudriñando el vecindario. Un niño quiso regarle con
una manguera, pero se hizo a un lado al parecerle peligroso.
De pronto, la casa que su memoria había impreso
en hierro caliente dominó su campo de visión.
A Nayarit le temblaron las piernas, y por primera
vez desde que fue transportada dudó de sus propios pies, sintió temor de querer
avanzar, de enterarse de su propia muerte y reencontrarse con una familia
destrozada. No obstante, no tenía otro lugar en el mundo; ya no pertenecía a
ninguna parte, así que la despedida era forzosa, y su corazón le decía que era
lo correcto.
Con vacilación, cruzó el limpio y cuidado jardín,
y tocó el timbre.
Una reja y luego una puerta la separaba de su
pasado. Y sabía que los habitantes de su hogar no la reconocerían de ningún
modo, pero eso poco le importaba, su propio reconocimiento era suficiente para llenar
el vacío en que la puso esa muerte prematura.
Nayarit respiró con dificultad cuando la puerta
se entreabrió.
Una mujer madura de aspecto todavía fresco y
juvenil la contempló detrás de sus lentes. Sus densas ojeras revelaban que
había dormido mal las últimas noches. Nayarit no resistió la mirada severa y
bajó la cabeza.
—¿Se te ofrece algo? —le preguntó sin moverse.
No hubo respuesta, la boca de Nayarit no pudo
articular ni una sílaba.
Su madre estaba frente a ella, hace mucho tiempo
que no la había visto, y no sabía qué decirle. Estuvo a punto de inventar una
tontería, como que era una conocida de su hijo, pero entonces, la mentira no la
dejaría dormir sabiendo que invocó a una persona muerta que quizá ya había sido
superada por la familia.
—Perdón, me equivoqué —declaró e hizo el ademán
de retroceder.
Cuando se dio la vuelta, oyó el chirrido de la
reja y la voz más próxima de su madre la detuvo.
—¿Está usted bien? ¿Necesita algo? —escuchó que
le preguntaba, y notó el tono de preocupación en esa voz que casi no había
cambiado.
—Solo quiero ir a casa —soltó Nayarit, pensando
en voz alta.
—Si tienes hambre puedes pasar a desayunar…
Aquella repentina invitación fue suficiente estímulo
para tentar una relación más cercana con los suyos, pero, ¿cambiaría en algo su
situación si usase esta segunda oportunidad para enmendar los errores del
pasado y construir un futuro que no pudo ser?
Con desilusión supo, comprendió, que ya era
demasiado tarde.
Nayarit se quitó la capucha revelando ante la
mañana clara y brillante aquella belleza supraterrena, la mujer quedó
completamente en shock cuando la vio. Después de todo, una jovencita de piel
como el marfil y cabello azafranado era quien menos te imaginarías que viviese
en la pobreza.
Desprovista del disfraz, y ganando más confianza
que cuando empezó aquel día soleado, maquinó el único atrevimiento que podía permitirse.
Nayarit abrazó a su madre estrechándola suavemente, mientras su cabeza
trabajaba por inmortalizar aquel momento, posiblemente irrepetible.
Jamás volvería a verla, por eso sus lágrimas no
pudieron contenerse y anegaron la pradera fértil de sus mejillas. Lloró como un
niño, entretanto la destinataria de su cariño permanecía en el más absoluto
aturdimiento.
No era como fundirse en un abrazo de retorno, no
volvía a un lugar, lo dejaba definitivamente.
Su fuerza flaqueó de repente, y así como estaba,
con el rostro húmedo y colorado le sonrió.
Sin esperar que le devolviera aquella sonrisa
insuperable, Nayarit le volvió la espalda y se marchó sin mirar atrás. Un rumor
de aves alegraba aquel jardín, testimonio de una familia que superó la
adversidad de una pérdida y también salió adelante a pesar del sufrimiento.
Quizá la evidencia de este acontecimiento la libraba
de su propio luto, para que encauzase su vida extraviada por un rumbo mejor.
Concluyó que debía irse de aquel país cuanto
antes, pero se detuvo un instante en medio de un puente que frecuentaba cada
vez que quería darse un respiro de la universidad. La capucha no volvió a su
sitio, así que consintió toda clase de miradas curiosas, sorprendidas y hasta
obscenas.
En más de una ocasión halagaron distraídamente su
belleza, comparándola con una diosa griega, o una modelo extranjera. Y tras ese
repetitivo y sabido despliegue de piropos, un raro elogio la tomó desprevenida.
—Es el mejor cosplay de Nayarit que he visto en
mi vida —le dijo alguien.
—¿Qué significa eso? —Nayarit preguntó
automáticamente.
Cuando el aludido, que ya se estaba yendo de allí
sin esperar ninguna reacción, volteó ante su llamado que interpretó como un
reproche.
—Solo es un cumplido que seguramente ya te han
dicho, no pensé que te lo tomarías personal…
—No, no, no me molesta. Solo quiero saber por qué
me comparaste con Nayarit. ¿Quién es Nayarit? —dijo Nayarit.
—¿En serio no conoces a Nayarit, el arcángel de
la guerra?
Al ver su cara de piedra, el muchacho siguió tanteando
alusiones.
—La princesa de la ciudadela, la creación de la
diosa suprema, la saga de Majisaia, las novelas de Andrés Rothfuss, esa serie
que va a salir en Amazon… No es por insultar, pero, ¿has vivido en una caverna
todo este tiempo?
—No, sí,
bueno, algo así, te entiendo. O sea, recapitulando, Nayarit es un personaje de
ficción de una novela escrita por este autor, ¿cómo dijiste que se llamaba?
¿Andrés?
—Exactamente. Solo es popular por esa serie que…
—Sí, pero, oye, esta persona, el autor, ¿de dónde
es?, ¿en dónde vive?
—Es de aquí, pero desde que se volvió famoso e
internacional, tal vez se ha mudado a Estados Unidos o Europa. Con suerte vuelve
para la feria del libro.
—¿Y eso cuándo es?
—La próxima semana.
Nayarit agradeció la información, y ante sus ojos
emergió una grieta que desbarataba su comprensión de las cosas y de la realidad
misma.
Lo que ella en un principio había considerado una
especie de invocación en reversa, algo que restituía el orden perdido por culpa
de su injusta reencarnación en ese mundo, en verdad se trataba de algo más
desconcertante.
Esta Tierra no era la de su antigua vida humana,
sino una Tierra alternativa, en donde la historia de su reencarnación poseía
una existencia al menos ficticia, por medio de libros y, por lo tanto, pública,
un producto de la fantasía literaria.
Nayarit existía como un personaje literario más,
y ella, que a su vez era Nayarit, había tomado una materialidad fuera del
papel, naciendo como una entidad forjada en la mente de un creador que se
dedicó a construir creativamente su historia.
Pero a su vez, existía el alma de Horacio, cuya
vida vegetó en algún tiempo esa misma realidad. ¿Será que aquel autor escribió
también la historia de Horacio y su abrupta muerte? ¿Será un profeta de su vida?
Si Nayarit hubiera sido un humano común y
corriente, ya se habría desmayado de la impresión.
No obstante, comenzó a preocuparse por su condición de personaje de fantasía, los riesgos que implicaba, y de apremiar una entrevista urgente con su secreto creador.

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